Что почитать по-испански: Alvaro de Laiglesia

20170207_094213

Много лет назад в петербургском Доме Книги я купила за 56 (!) рублей (сейчас иногда хлеб дороже стоит 😉 замечательный сборник для чтения на испанском. Называется он просто — Leemos en español. И замечательный он потому, что его интересно читать.

В начале идут отрывки из испанской классики (Lazarillo de Tormes, Fuenteovejuna, Pepita Jimenez, Doña Perfecta (скукотища страшная, читали на втором курсе) etc.), это на любителя. Но вот дальше начинаются короткие рассказы, а короткие рассказы, особенно сатирического толка — один из моих любимых жанров.

Например, Un golpe de teléfono de Alvaro de Laiglesia. Конкретно этого рассказа я в интернете не нашла, зато нашла целую подборку других. И, признаться, один лучше другого!) 

Мне кажется, его рассказы вообще идеальны для изучающих язык, потому что а) их интересно читать), б) они написаны довольно простым языком, но в то же время в них много полезных повседневных слов и выражений. И сейчас вы в этом убедитесь.

Предлагаю вам почитать вместе со мной (это значит, что некоторые слова я буду переводить, а где-то давать ссылки на уже опубликованные посты с грамматикой по теме)

Preséntame a tus padres

No es difícil transformar un antiguo «café» en una moderna «cafetería». Es cuestión de pintura y de sustituir al equipo de camareros envejecidos por un puñado de chicas monas. Luego se mete donde quepa una cocina sin pretensiones, y santas pascuas (и дело с концом).

Eso hizo el dueño del que fue «Café Europeo», para transformarlo en la que es ahora «Cafetería Americana».

En una de las mesas próximas al mostrador, Sonia y Pablo están consumiendo las bebidas que pidieron a una de las chicas monas.

—No comprendo —dice él— por qué elegiste este sitio.

—Lo elegí —explica ella— porque a estas horas de la tarde hay poca gente y podremos hablar con tranquilidad.

—Pero no me parece el más adecuado —insiste Pablo.

—Pues no sé por qué —rebate Sonia—. ¿Hay acaso locales especiales para reuniones de esta clase?

—No, porque esas presentaciones suelen hacerse en casa de la novia.

—Cuando la novia vive con sus padres. Pero como yo vivo sola, y mis padres viven cada uno por su lado…

—Sí, claro —admite Pablo—. Ya sé que tu caso es distinto. Pero a mí me hubiera gustado que me los presentaras en un ambiente más familiar. Ésa es la costumbre tradicional, y a mí me gustan las costumbres tradicionales.

No hace falta que me lo digas —se enfurruña un poco ella—. A veces me parece mentira que, siendo tan joven, tengas unas ideas tan anticuadas.

—No creo que sea anticuado hacer las cosas como Dios manda (как полагается).

—Dios no ha mandado todas esas pamplinas (глупости) protocolarias de los noviazgos: que primero yo tengo que presentarte a mis padres para que luego tú les pidas mi mano.

—A ti te parecerán pamplinas —se pone serio Pablo—, pero yo encuentro que son reglas sociales que deben respetarse. El matrimonio no es ninguna broma y hay que llegar a él con la debida seriedad. Para lo cual deben cubrirse todos los trámites establecidos desde hace un montón de generaciones.

—Pero esos trámites se han simplificado mucho actualmente —le recuerda Sonia.

—Sí, claro. Entre las parejas hippies, desde luego. Un hippy se enamora de una hippa, y se casan de la noche a la mañana. O no se casan, porque para ellos la boda es también un trámite superfluo. Pero tú y yo no somos hippies, sino personas decentes. Y daremos todos los pasos que establece la decencia, sin simplificar ninguno.

—Bueno, hombre, bueno —suspira ella—. Pues sigamos dando todos esos pasos, aunque te confieso que me aburren bastante. Pero como te quiero, me resigno y paso por todo.

—Lo dices con aire de mártir —le reprocha Pablo—, como si yo te obligara a hacer muchos sacrificios.

—Tú no me obligas a hacer sacrificios, pero yo tengo que hacerte muchas concesiones. Si no te las hiciera, no nos llevaríamos tan bien como nos llevamos. Porque somos muy distintos. Pero como yo cedo y hacemos siempre lo que tú quieres, no discutimos nunca.

—No podemos discutir —explica él—, porque tú acabas reconociendo que siempre tengo razón. Y es natural que lo reconozcas, puesto que soy mayor que tú y poseo más experiencia de la vida. Sin contar que mi formación moral es bastante más sólida que la tuya.

—No sé por qué.

—Porque yo —sigue explicando Pablo— he vivido siempre en el seno de una familia cristiana y unida. Tú en cambio, como tus padres viven separados…

—Eso no tiene nada que ver —protesta Sonia.

—Eso, perdona que te lo diga, ha tenido que influir forzosamente en la debilidad de tu carácter. Yo, en cambio, que me he formado en un ambiente de estrecha unión familiar, tengo principios más firmes y el espíritu más fuerte.

—Lo que tú tienes —se enfada Sonia— es un montón de prejuicios. Pero como el amor es ciego, te los aguanto. Y créeme que a veces no me resulta fácil. En más de una ocasión, cuando me sueltas alguno de tus sermones, me pregunto: «¿Cómo es posible que puedas querer a este cavernícola (пещерный человек)?»

—¿Cavernícola yo? —se ofende Pablo—. Si lo dices por mi tradicionalismo…

—Por tu tradicionalismo y por tu catolicismo. Porque tampoco en materia religiosa te has puesto al día (узнавать последние новости). A ti los Concilios Vaticanos te entran por un oído y te salen por el otro. Tú no eres un católico posconciliar, sino uno de esos que andaban por las catacumbas.

—No sé a qué viene eso ahora.

—Porque por eso estamos aquí. Porque todo debes hacerlo de acuerdo con esa religión tan retrógrada que tienes. Según tu religión, el noviazgo ha de ser largo para que podamos conocernos a fondo y estar seguros de hallarnos capacitados para fundar un hogar cristiano.

—¿Y qué?

—Que por culpa de ese prejuicio, llevamos de novios más de un año.

—Catorce meses exactamente —puntualiza Pablo—. Y no creo que sea tanto tiempo.

—No lo sería si fuéramos a casarnos enseguida. Pero como faltan tantos trámites aún…

—Ya no tantos.

—¿Cómo que no? —protesta Sonia—. Primero tienes que conocer a mis padres; luego tendrás que pedirles mi mano; más tarde habrá que ir decidiendo la fecha de la boda… Total, que entre pitos y flautas un puñado de meses más.

—No serán tantos los meses —corrige él—, pero esos trámites sí son demasiado serios para que tú los llames «pitos y flautas». Siendo el matrimonio un sacramento que nos unirá para toda la vida, bien podemos tener un poco de paciencia y hacer las cosas como manda la Santa Madre Iglesia.

—Yo sí tengo paciencia —suspira Sonia—, pero haría falta que tú tuvieras más tolerancia.

—¿Para qué?

—Para comprender que toda la gente no es como tú, ni todas las familias son tan excepcionales como la tuya. La mía es excepcional también, pero en otro sentido muy distinto. Y dada tu falta de tolerancia para todo lo que no sea rigurosamente tradicional, puede que mi familia te parezca intolerable.

—No veo la razón.

—La verás cuando conozcas a mis padres —suspira Sonia mientras añade—: Pero sea lo que Dios quiera (будь что будет), puesto que ya no hay remedio. Pase lo que pase, la culpa será tuya por haberte empeñado en conocerlos.

—¡Pues claro que me empeñé! Y lo que no comprendo es por qué te resististe tanto tiempo a presentármelos. ¡Cualquiera diría que te avergüenzas de ellos!

—No me avergüenzo en absoluto —niega Sonia rotundamente—. Estoy tan orgullosa de mis padres como tú puedas estarlo de los tuyos. Pero tu concepto de la vida familiar es tan distinto al mío…

—Soy más tolerante de lo que supones —presume Pablo—, y me doy cuenta de que todas las familias no pueden ser iguales. Además, tu caso no me asombra porque no es el único.

—¿No?

—¡Claro que no! ¿Cómo va a asombrarme que tú vivas sola y tus padres separados? Esas situaciones, por desgracia, se dan hoy con mucha frecuencia.

—Esas situaciones, sí —reconoce ella—. Pero suponte que mi situación fuera más complicada aún. ¿La tolerarías también?

—Tendría que saber primero la magnitud de esa hipotética complicación. Aunque por grande que fuese, considerando lo mucho que te quiero, no creo que llegara a ser un obstáculo para nuestro matrimonio.

—Eso pienso yo también. Lo malo es que contigo nunca se sabe. Eres tan puntilloso…

—Soy como tiene que ser un futuro cabeza de familia.

—Más que un cabeza, eres un cabezota (упрямец)—gruñe Sonia—. A pesar de todo lo que me has dicho, sigo sin comprender qué necesidad tenías de ser presentado a mis padres con tanta anticipación. Puesto que ya soy mayor de edad, puedo hacer lo que se me antoje. Incluso casarme sin pedirles permiso.

—Pero yo no sería capaz de hacerles esa faena. Para mí los lazos familiares son sagrados y siento por ellos un respeto infinito. Y estoy seguro de que tus padres me agradecerán que mi conducta sea tan correcta. Siendo tú su única hija, a la que adoran según me has contado, les agradará conocerme y aprobarme.

—Por ese lado no hay problema, pues me consta que ellos te aprobarán. Lo que falta saber es si tú los aprobarás a ellos. Pero en seguida vamos a salir de dudas (сейчас мы всё проясним).

Y al decir esto, Sonia señala a un señor que se acerca sonriendo a la mesa que ellos ocupan. El señor es un cincuentón erguido y enjuto (худощавый), que viste con la elegancia propia de un hombre rico y acostumbrado a frecuentar ambientes distinguidos.

—Hola, hija —saluda a Sonia, inclinándose a besarla en una mejilla.

—Hola, papá —dice ella, y añade cuando el saludo ha terminado—: Te presento a Pablo Semprún, mi novio.

—Tanto gusto —dice el aludido poniéndose en pie e inclinándose con mucha corrección.

—Encantado de conocerte, muchacho —corresponde el señor con naturalidad, mientras se sienta frente a la pareja—. Permíteme que te tutee, puesto que vas a entrar en nuestra familia. Mi nombre es Leopoldo, pero puedes llamarme Polo. Para Sonia soy papá, pero para todos mis familiares soy Polo.

—Es usted muy amable —agradece Pablo—. Me siento muy honrado por esa prueba de confianza que usted me da, don Polo.

—¡Nada de don! —protesta jovialmente el cincuentón—. ¡Polo a secas! (просто Поло)

—Es que Pablo —explica Sonia— es muy circunspecto (серьезный, уважительный). Le costará algún trabajo acostumbrarse a esas familiaridades.

—Pues sí —confirma Pablo—. Pero no lo digas como un reproche: es más bien una virtud que nace del profundo respeto que me inspiran las personas mayores.

—A mí puedes respetarme con menos profundidad, puesto que no soy tan mayor —se defiende don Leopoldo—. Juego al golf tres veces por semana, y también al tenis. Los médicos dicen que tenemos la edad de nuestras arterias, y las mías están muy jóvenes aún. Pero no nos hemos reunido para hablar de mí, sino de vosotros.

Hace una pausa para encender un cigarrillo antes de continuar:

—Sonia sabe que como padres siempre hemos tenido mucha fe en ella, y estamos seguros de que habrá sabido elegir bien su futuro marido. De manera, querido Pablo, que estás de enhorabuena. Por mi parte te acepto como yerno, lo cual significa que ya tienes en el bote el cincuenta por ciento del permiso para casarte. El otro cincuenta por ciento lo tendrás también sin ninguna dificultad.

—Le agradezco su buena disposición hacia mí —dice Pablo—, pero me gustaría que usted me hiciese todas las preguntas que quiera.

—¿Preguntas? —se extraña don Leopoldo—. ¿Y por qué voy a hacerte preguntas?

—Para conocerme mejor. Supongo que le interesará saber mi forma de ser, mis aspiraciones, mis medios de vida…

—Te conozco muy bien sin necesidad de someterte a ningún interrogatorio. Sonia nos ha hablado tanto de ti, que te conocemos como si ya fueras hijo nuestro. Y basta con verte para darse cuenta de que ella no exageró al describirte.

—Sin embargo —insiste Pablo—, por buena que sea una descripción, puede haber detalles que usted desee ampliar.

—En nuestra familia, querido muchacho, el único detalle que nos importa es la felicidad de Sonia. Y como ella está convencida de que tú reúnes todos los requisitos para hacerla feliz, lo demás no cuenta.

—Ya lo has oído —interviene Sonia—. ¿No te dije yo que mis padres eran encantadores? Con ellos todo se arregla fácil y rápidamente.

—Desde luego —tiene que admitir Pablo—. Pero estoy seguro de que tu padre comprende que no todas las familias son tan modernas y expeditivas (быстрый).

—¡Claro que lo comprendo! —dice don Leopoldo, campechano (в дружеской манере) y francote (открыто)—. Las hay también chapadas a la antigua (консервативный). Como debe de ser la tuya a juzgar por lo que me ha contado Sonia.

—Yo no te conté nada de eso —se apresura a rectificar ella—. Sólo te dije que Pablo era de muy buena familia, que no es igual.

—No es igual —reconoce don Leopoldo—, pero muy parecido. A una familia se la considera «buena» cuando es muy vieja y, por lo tanto, ya está rancia (протухшая, заржавевшая).

—Usted perdone —rebate Pablo respetuosamente—, pero ése no es el caso de la mía. El hecho de que mi familia respete ciertas normas de convivencia católicas y tradicionales, no significa que sea rancia.

—Ya lo sé, hombre —rectifica don Leopoldo al ver que Pablo se ha puesto muy serio—. Estaba bromeando sin ánimo de ofender a nadie. Cada familia tiene derecho a ser como le dé la gana, pero eso a vosotros no debe preocuparos. Vosotros os queréis, os vais a casar, y a todos vuestros familiares que nos zurzan (да пошли мы к чёрту).

—Usted perdone —vuelve a rebatir Pablo con el mismo respeto—. Le ruego que me permita no compartir su último punto de vista.

—¿Cuál?

—El del zurcido familiar colectivo —concreta Pablo—. Yo adoro a su hija y respeto al mismo tiempo a mis mayores.

—Eso ya lo dijiste antes, majo.

—Se lo recuerdo para que comprenda que nunca romperé los lazos que me unen a mi familia. A Sonia me uniré dentro de algún tiempo, pero a mis padres estoy unido desde que nací.

—Nadie te ha dicho que tengas que romper con ellos. Yo me he limitado a recordarte que, tanto Sonia como tú, sois mayores de edad. Podéis hacer, pues, lo que os plazca sin pedir permiso a nadie.

—Pero yo te he explicado, papá, que Pablo no es de los que tiran por la calle de en medio —interviene Sonia—. Para él no hay trámite que se pueda eludir, ni ceremonia que pueda simplificarse. Esta reunión de hoy entra dentro de ese ceremonial: el novio debe ser presentado a los padres de la novia con el fin de que ellos lo examinen y aprueben. Sólo cuando se pasa este examen y se obtiene la aprobación, puede la pareja considerar que sus relaciones son formales.

—Pues ya estás examinado y aprobado —le dice don Leopoldo a Pablo—. De modo que, por mi parte, la ceremonia ha terminado.

—Pero falta la otra parte —le advierte Pablo.

—Claro, papá —le explica Sonia—: el novio tiene que ser presentado, no a uno solo de los padres, sino a los dos. Por eso os cito a los dos aquí, aunque con media hora de diferencia. Para que no resultara tan violento, ¿comprendes?

—Si Pablo conoce ya nuestra situación…

—Sabe que vivís separados, pero nada más. Y no es necesario que estéis los dos cuando sepa los detalles, ¿no te parece?

—Quizá tengas razón —admite don Leopoldo—. Es posible que sea menos violento que habléis sin estar yo delante. Voy a marcharme antes de que llegue. Adiós, hija.

—Adiós, papá.

—Hasta la vista, muchacho. Estoy encantado de haberte conocido.

—Lo mismo digo, don Leopoldo.

—¡Polo, hombre! ¡Polo a secas! —le corrige don Leopoldo una vez más mientras se aleja hacia la puerta del local.

—Es muy simpático tu padre —comenta Pablo cuando se ha ido—. Me da la impresión de que me llevaré bien con él cuando sea mi suegro.

—Si llega a serlo —suspira Sonia.

—¿Por qué dices eso?

—¡Nos queda todavía tanto camino por recorrer (нам предстоит ещё такой длинный путь) y hay tantos obstáculos que pueden surgir!

—Ya hemos recorrido más de la mitad del camino, y hasta ahora no ha surgido ningún obstáculo.

—Está surgiendo en este mismo momento —anuncia Sonia, mirando por encima del hombro de Pablo.

—¿Dónde?

—Detrás de ti. Pero no hace falta que te vuelvas, porque dentro de un instante estará con nosotros.

Un instante después, en efecto, un señor se detiene junto a la mesa que ocupa la pareja. Es un cincuentón de mediana estatura, más bien grueso y bastante calvo. Su voz suena bonachona (добродушный) y agradable cuando dice dirigiéndose a Sonia:

—Hola, hija.

Y mientras el señor se inclina para besarla en una mejilla, Sonia replica:

—Hola, papá.

Pablo contempla la escena sin levantarse, pues la perplejidad (удивление) le ha dejado pegado a su asiento. Mira al recién llegado con los ojos muy abiertos, sin dar crédito (не веря) a lo que está viendo y oyendo. Tiene que ser el señor quien tome la iniciativa de las presentaciones:

—Me llamo Teófilo Méndez —dice a Pablo, sentándose en la silla que antes ocupó don Leopoldo—. ¿De manera que tú eres el joven Semprún? Pues te felicito, hija, porque tu novio es al natural mejor que en las fotos que me enseñaste. Aunque parece que se ha puesto pálido. ¿Le ocurre algo?

—Pues sí —explica Sonia—: que le ha sorprendido tu llegada porque no te esperaba.

—¿Cómo que no? —se extraña don Teófilo—. Tú misma organizaste esta reunión para que él conociera a tus padres.

—Pero él esperaba la pareja lógica de distinto sexo. Y como ya le presenté a un papá, creyó que ahora le presentaría a una mamá.

—Entonces, ¿no le habías contado tu caso?

—No —confiesa Sonia—. Es un caso tan especial, que no me atreví (не осмелилась). Pensé que no lo aceptaría y decidí aplazar la explicación hasta el último momento; hasta que ya no hubiera remedio.

—Tampoco la cosa es tan grave —le quita importancia (перен. отмахивается) don Teófilo—: lo explicamos todo ahora, y asunto concluido.

—Eso es lo que me temo —suspira Sonia—: que todo va a concluir entre Pablo y yo.

—Pero ¿qué están diciendo? —exclama Pablo por fin, cuando logra recobrar el uso de la palabra—. No entiendo nada…

—Tranquilízate —le interrumpe don Teófilo—. Vas a entenderlo en seguida. Es más sencillo de lo que parece: los padres de Sonia no son un papá y una mamá, sino dos papás.

—¡Dos papás! —repite Pablo, asombrado—. ¿Y eso le parece sencillo de entender?

—Lo entenderías más fácilmente si hubieras conocido a la madre de Sonia. Y puesto que no la conociste, es necesario que te explique cómo era. Imagínate una mujer muy guapa, pero que no tuvo la suerte de nacer en una familia que la educara y la encauzase. ¿Qué podía hacer la pobre para vivir? Dímelo tú mismo, Pablo: ¿qué podía hacer?

—No sé, la verdad…

—Pues no eres tan joven como para no imaginártelo, caramba —gruñe don Teófilo—. Al no tener educación, no se tienen tampoco principios morales. Imagínate a una mujer sin principios y sin dinero, pero con belleza y con ansias de disfrutar de la vida. ¿No es natural que se liara la manta a la cabeza (букв. намотать полотенце на голову; решиться на отчаянный поступок, в данном случае имеется ввиду, что мать Сони решилась на жизнь проститутки)?

—¿Qué manta? —pregunta Pablo.

—Vamos, hombre —se impacienta Sonia—. Haciéndote el tonto, lo único que consigues es alargar esta escena tan desagradable. Porque comprenderás que a mí me resulta desagradabilísimo tener que hablar de lo que fue mi madre.

—Es que yo… —balbucea Pablo— no puedo creer…

—¿Te parece que una cosa así se puede inventar para gastarte una broma?

—No, claro. Pero resulta tan increíble…

—¿Increíble que una mujer viva de su belleza? —protesta don Teófilo—. Es lo que hacen también las guapas que se casan con hombres ricos.

—No compares, papá.

—Pues sí comparo, hija. En el fondo, todas son iguales: las que hacen dinero casándose con uno y las que lo hacen liándose con varios. Ésa es mi opinión.

—No estamos aquí para conocer tus opiniones, sino para que Pablo conozca los hechos.

—Los hechos —empieza don Teófilo— pueden resumirse en una sola escena, bastante dramática por cierto, que tuvo lugar hace muchos años. Veintidós exactamente. Había transcurrido un largo periodo de tiempo desde la época en que yo mantuve relaciones con la madre de Sonia. Por eso me sorprendió que un día me llamara por teléfono para rogarme que fuera a verla con la máxima urgencia.

»Confieso que su llamada no me hizo mucha gracia. Yo entonces estaba liado con otra mujer, y no me agradaba esa visita a una aventura pasada que podía acarrearme disgustos con la presente. Pero ella insistió tanto y había tanta angustia en su voz, que prometí ir a visitarla aquella misma tarde.

»—Ven a las cuatro —me dijo—, y te suplico que seas puntual. Es una cuestión de vida o muerte.

»—¡Caramba, Lola! —me asusté—. ¿No puedes anticiparme de qué se trata?

»—¡Que me estoy muriendo, Teo! —me replicó echándose a llorar—. Y antes de morir, necesito hablar contigo.

»Ante este argumento de tantísimo peso, se disiparon casi todas mis vacilaciones. Y digo casi todas porque, conociendo a Lola como yo la había conocido, no podía descartarse la posibilidad (отвергать возможность) de que se tratara de un truco para obligarme a ir.

»De manera que fui a las cuatro en punto, como había prometido. En su apartamento nuevo (Lola había progresado mucho desde que acabó lo nuestro), me recibió una criada llorosa que me condujo a una salita.

»En esa salita ya estaba esperando un señor al que yo no conocía, y junto al cual me senté. Ambos nos miramos de reojo, mientras pensábamos quién diablos sería el otro y qué demonios estábamos haciendo allí los dos. Pero no pudimos aclarar nada, y allí seguimos observándonos con disimulo hasta que entró la criada diciendo:

»—Pueden pasar.

»—¿Los dos? —pregunté.

»—Sí —confirmó ella—. Síganme.

»Nos levantamos y la seguimos hasta una alcoba, en cuya cama agonizaba Lola. No cabía duda de que la infeliz estaba agonizando, pues tenía una cara fatal. De la hermosa mujer que yo había conocido, sólo quedaban la piel y los huesos. Todo lo demás lo había devorado su voraz enfermedad.

»—¡Lola! —exclamamos al verla sus dos visitantes, a coro, pues a ambos nos había producido idéntica impresión.

»—Lo que queda de Lola —nos corrigió ella con una voz tan consumida (изможденный) como su cuerpo—. Pero acercaos y no perdamos tiempo, que no me queda mucho.

»Nos acercamos, cada uno por un lado de la cama, hasta situarnos junto a la cabecera de la moribunda.

»—Vosotros no os conocíais —nos dijo entonces, pero no preguntándolo sino afirmándolo—. Y trabajo me costó que no os conocierais, pues os traté en la misma época. Pero ahora es necesario que os conozcáis. Ahora mismo. Junto a mi lecho de muerte.

»Y allí nos presentó:

»—Teófilo Méndez… Leopoldo Beltrán.

»Situados como estábamos, uno a cada lado del lecho, Leopoldo y yo tuvimos que estrecharnos la mano por encima de la cabeza de Lola. Lo cual nos resultó un poco violento, pero también bastante solemne.

»—Y ahora que ya os conocéis, vais a saber por qué os hice venir juntos.

»Y juntos supimos entonces, Leopoldo y yo, que ambos habíamos sido amantes de Lola. Pero no primero uno y después el otro, como hubiera sido lo correcto, sino los dos durante el mismo periodo de tiempo. O sea: en la etapa de mi vida que yo pasé con Lola, ella me engañaba con Leopoldo. Y a Leopoldo, conmigo. Hizo con nosotros lo que en términos cinegéticos se llama un doblete. Y supo hacerlo tan perfectamente, que ninguno de los dos sospechó nada.

»—¡Lola, por Dios! —exclamamos ambos cuando lo supimos, a coro, profundamente ofendidos.

»Pero luego pensamos que resultaba feo ponernos a hacer reproches a una pobre mujer en trance de muerte, y no dijimos nada más. Lola, en cambio, siguió diciéndonos que el fruto de aquel doblete había sido una preciosa niña, a la que bautizó con el nombre de Sonia.

»—Y como voy a morir —concluyó—, os la confío a los dos.

»—¿Cómo? —protestamos, a coro también—. ¿Por qué?

»—Me es imposible saber concretamente cuál de vosotros es su padre, puesto que en este caso puedo decir lo mismo que los Reyes Católicos: tanto montó, montó tanto, Teófilo como Leopoldo.

»Éstas fueron sus últimas palabras, pues Lola murió después de decirlas.

»Leopoldo y yo, naturalmente, nos hicimos cargo de la niña. Y ahora ya sabes, querido Pablo, por qué Sonia tiene dos papás.

Concluido el relato de don Teófilo, se produce un silencio en la mesa que ocupan los tres. Es Pablo quien debe romperlo, pero no encuentra palabras. O mejor dicho: encuentra muchas, pero no sabe elegir las más adecuadas. Su rostro, durante el relato de don Teófilo, ha sufrido variaciones camaleónicas: palidecía en los pasajes más dramáticos y pasaba del blanco yeso al rojo bermellón en los más escabrosos.

Hubo también momentos en los que su piel se puso amarilla, e incluso verdosa, debido a que las atrocidades que oía le mareaban hasta extremos cercanos al vómito y al desvanecimiento.

Es lógico, por lo tanto, que la circulación sanguínea de Pablo tarde en serenarse ni debe extrañar tampoco que jadee como un «hombre-rana» que acaba de ser sometido a una presión de muchas atmósferas.

Pero como el silencio se alarga, don Teófilo se impacienta y le pide:

—Di algo, hombre.

—¿Y qué puedo decir? —habla por fin Pablo—. Estoy francamente anonadado (в шоке).

—Pero al menos habrás comprendido por qué no quise contártelo al principio —dice Sonia.

—Pues no, la verdad —contradice su novio—. Si me lo hubieses contado al principio, no hubiéramos llegado tan lejos. Resulta menos doloroso cortar un noviazgo apenas iniciado que uno tan avanzado.

—¿Cortar? —se sorprende don Teófilo—. ¿Qué quieres decir?

—No pensará usted que podemos continuar siendo novios después de lo que he sabido.

—¿Por qué no?

—¡Por favor, don Teófilo! —suplica Pablo—. Ahórreme la violencia (избавьте меня от жестокой необходимости) de explicar lo que resulta tan fácil de entender.

—Siento no poder ahorrártela, puesto que yo no lo entiendo. De manera que explícamelo.

—Pues bien —se lanza Pablo—: sin ánimo de ofender a nadie, pero hablando mal y pronto, yo no puedo casarme con una hija de… Lola.

—Pero la pobre Lola murió hace muchos años —rebate don Teófilo—. Y nada queda ya que recuerde lo que ella fue.

—¿Cómo que no? —se indigna Pablo—: ¡quedan don Leopoldo y usted, que comparten la paternidad de Sonia! ¿Qué más recuerdos quiere?

—Pero tú estás enamorado de Sonia.

—Eso no tiene nada que ver.

—¡Claro que sí! —discute don Teófilo—. Un hombre enamorado pasa por todo y no se detiene ante ninguna menudencia.

—¿Está usted loco? —se sofoca Pablo—. ¿Llama menudencia a esta enorme indecencia?

—Cálmate, muchacho, y no saques las cosas de quicio.

—¡De quicio las han sacado ustedes creando una familia insólita que se sale de todas las normas morales y sociales! ¡Una hija con dos padres! ¿De veras han creído que podrían convencerme, no sólo de que aceptara semejante contubernio, sino de que entrara en él en calidad de yerno?

—Yo no lo creí ni por un momento —dice Sonia—. Conociendo tus principios…

—Pues yo sí lo creí —confiesa don Teófilo— y tu otro padre también. No nos cabía en la cabeza que pudiera existir un joven tan viejo como Pablo. Porque todas sus ideas, querido muchacho, tienen ochenta años.

—Las tradiciones familiares tienen muchísimos más —sentencia Pablo—, y están vigentes todavía.

—Pero me sorprende que en tu familia las respetéis tanto estando en la situación que estáis.

—¿Cómo?… ¿Qué quiere usted decir?

—Lo que tú debes saber: que las cosas no les marchan demasiado bien a los Semprún. Como tantas familias antiguas y tradicionales, estáis desde hace tiempo haciendo equilibrios al borde de la ruina.

—¿Usted cómo lo sabe? —se asombra Pablo.

—En cierto aspecto —explica don Teófilo—, los padres de Sonia somos también tradicionales. Y nos interesaba saber con quién iba a casarse nuestra hija. De modo que pedimos informes de ti y de tu familia.

—Me parece una falta de delicadeza —dice Pablo, ofendido.

—Lo hacen todos los padres del mundo cuando no conocen a los pretendientes de sus hijas. Y los informes que obtuvimos, dicho sea sin ánimo de seguir ofendiéndote, fueron bastante dudosos (сомнительные).

—¿Dudosos? —protesta Pablo—. ¿En qué sentido?

—En el económico, que es el único que a nosotros nos preocupa. Porque de nada sirve pertenecer a una familia bien si luego resulta que vives mal. Claro que si no tuvieras tantos prejuicios y te casaras con Sonia, todos esos problemas desaparecerían.

—¿Por qué?

—Pasarías a ser un yerno con dos suegros. Situación familiar algo extraña, pero sumamente ventajosa para ti. Porque la pareja de suegros que tu boda te proporcionaría, es inmensamente rica. Tanto Leopoldo como yo, y perdona la inmodestia, tenemos dinero para parar dos trenes. Y teniendo en cuenta que Sonia es nuestra única hija, no vamos a consentir (допустить, позволить) que ni ella ni su marido tengan problemas de ninguna clase.

—Papá, por favor —interviene Sonia—. Pablo va a pensar que estás tratando de sobornarle (подкупить).

—¿Y por qué voy a pensar eso? —protesta el aludido—. Don Teófilo asegura que ha obtenido informes muy completos sobre mi persona ¿no es así?

—Así es.

—Tiene que saber entonces que soy insobornable.

—Lo sé, muchacho, y eso es precisamente lo que más me gusta de ti: tu rectitud, el respeto que tienes a tus convicciones, la entereza que demuestras respetándolas por encima de todo: por encima del amor, de la fortuna…

—De la fortuna, en efecto, he podido prescindir (обходиться без) siempre —dice Pablo con firmeza, y añade con un suspiro—: Pero del amor…

—No hace falta que te disculpes —vuelve a intervenir Sonia—. Yo sabía que cuando te contara la verdad, todo terminaría entre nosotros. Y ya estoy resignada.

—Pero yo no —vuelve a suspirar Pablo—. Aunque por fuera no se me note, estoy sosteniendo en estos momentos una terrible lucha interior. Por un lado luchan mis principios…

—Querrás decir tus prejuicios —le corrige don Teófilo.

—Para mí son principios, que están en pugna (сражаются) con el inmenso cariño que siento por Sonia.

—No será tan inmenso —opina ella— cuando no eres capaz de hacer la vista gorda (закрыть глаза на) en mi pequeño lío de familia.

—¿Pequeño le llamas tú? —protesta Pablo—. ¡Lo tuyo no es un lío, sino un verdadero follón! Aun suponiendo que lograra hacer la vista gorda en lo referente a la conducta de tu madre, que al fin y al cabo ya murió, tendría que ser completamente cegato para pasar por alto a tus dos padres, que están vivitos y coleando.

—Pero tanto Leopoldo como yo moriremos también algún día. Y como Sonia va a ser nuestra heredera universal…

—Por favor, papá: los dos sois muy jóvenes aún para pensar en eso.

—Creo lo mismo que su hija. De modo que con eso no se puede contar. Y conste que no me refiero a la herencia, que a mí me tiene sin cuidado, sino a la posibilidad de que se clarifique la situación familiar de Sonia por medio de la orfandad.

—¿Qué quieres decir? —pregunta don Teófilo, que se enreda con las florituras del lenguaje de Pablo.

—Que cuando Sonia sea completamente huérfana, a nadie le importará cómo fueron sus padres. Pero hasta que lo sea…

—Hasta que lo sea —añade don Teófilo—, tendrá dinero suficiente para que nadie se atreva a abrir la boca. Leopoldo y yo nos encargaremos de que nuestra hija sea millonaria, y tú ya sabes que a los millonarios se les perdona todo. No hay extravagancia (прихоть) que no se puedan permitir con la seguridad de que la gente se la tolera. De manera que la situación de Sonia será admitida por todo el mundo como una extravagancia propia de su riqueza.

—Es inútil, papá. Conociendo la rectitud de Pablo, no cambiarás su decisión de romper conmigo. Por lo tanto, no insistas.

—Déjale que insista un poco, mujer. Este padre tuyo tiene más experiencia de la vida que yo, y sus razonamientos son dignos de ser tomados en cuenta. Tú sabes que siempre he respetado las opiniones de mis mayores.

—Lo sé —admite Sonia—. Pero como este mayor no es tuyo, sino mío…

—Será mío también —insinúa Pablo— si sigue razonando y me convence de que me case contigo. Pero, ¿cómo me va a convencer si no le dejas hablar?

—Claro, hijita. El chico tiene razón.

—Y usted también, don Teófilo. Porque eso que me estaba usted diciendo, era muy razonable. Es evidente que la posición económica de una persona determina el grado de tolerancia que la sociedad puede conceder a las posibles irregularidades de su comportamiento o de sus circunstancias familiares. Nos guste o no, y conste que a mí no me gusta, vivimos en un mundo que antepone los valores materiales a los morales. Pero hay que aceptar esta realidad…

Aunque Pablo sigue hablando mucho rato, a Sonia no le hace falta escucharle para sentirse feliz: sabe que ya lo tiene en el bote (перен. он у неё в кармане, т.е. она выиграла).

Вам понравилось?

Я второй раз сейчас прочитала и пребываю в полном восторге!))

(Visited 96 times, 1 visits today)