Заметки на испанском: como celebré mis 25, primera parte

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Gracias a Yulá que dejó unos comentarios curiosos para uno de mis artículos recientes y el manual de Nugdin que desde que lo tomé de la estantería no lo dejo cuando tengo ratos libres, me di cuenta de ¡cuán poco sabía del español!
Por eso a partir de ahora quiero pensar/hablar/escribir en español, cuanto más pueda — mejor. Ya comencé a repasar en español en mi cabeza antes de dormirme lo que me había pasado durante el día.
Y ahora tengo ganas de contaros cómo celebré mis 25 años.

El caso es que no festejé mis cumpleaños estos últimos cinco años por eso quería que este, el de 25, fuera genial. Empecé a planificar cómo celebrarlo ya en otoño aunque sé que en mi vida siempre se cumple la regla de “no desees nada porque nunca se cumplirá”. Es de verdad así, cuanto más añoro que suceda algo, menos es posible que se realice.
Bueno, al fin y al cabo decidí celebrar con mis parientes el sábado del dos de febrero. Al principio de la semana X mi hija se quedó enferma. Pero vale, el viernes ya se sentía normal, pero durante la semana se contagiaron otros cuatro huéspedes del total de doce. Así que determinamos aplazar la celebración por una semana.

El sábado fuimos a un restaurante solo nosotros tres, es decir yo, mi marido y nuestra hija. Era la una de la tarde así que no había mucha clientela en el local y muchos camareros estaban libres… De sopetón sonó Bara bara bere bere en vez de una música tranquila que suele sonar en los restaurantes ¡vimos a unos camareros bailar! Preguntamos a nuestra camarera qué hacían sus colegas y ella nos contó que por las noches los camareros del restaurante cantaban y bailaban y que esto era un rasgo distintivo (фишка) del restaurante. Y entonces ensayaban.
Dentro una media hora alguién empezó a hacer gorgoritos en ruso chapurreado y no sé como pero mi marido reconoció en el cantante al tadhiz Jimmy. Este inmigrante de unos cuarenta se hizo popular hace unos años gracias a un video en Youtube donde cantaba canciones de películas de Bollywood.

 

Incluso le filmaron en Elki y Elki 2.

Pero actualmente está del guardarropa en este restaurante y canta allí por las noches, en ruso.

Probé un Pinot Grigio delicioso y un té verde nuevo para mi — el Ulun con sabor y olor a leche, y de verdad ¡olía y sabía a leche!

Pero la verdadera fiesta  está prevista para este domingo así que habrá la segunda parte de mi narración.

¡Permanezcad atentos!

UPDATE:

Estamos en marzo 2025. Ya existe la inteligencia artificial y le pedí para que reescribiera mi texto original en el estilo de una columnista que me gusta mucho — Mercedes Abad.

Aquí está el resultado:


Un cumpleaños (casi) imposible

Hace unos años decidí que no volvería a celebrar mis cumpleaños. No por una cuestión de principios, sino porque cada vez que intentaba organizar algo, la realidad se encargaba de recordarme la futilidad de hacer planes. Pero el de este año, el número 25, quería que fuera especial. Así que, contra toda lógica y experiencia previa, empecé a planificarlo en otoño. Conocía bien la regla universal de “no desees nada porque nunca se cumplirá”, pero, ilusa de mí, aún albergaba cierta esperanza.

Finalmente, opté por reunir a la familia el sábado 2 de febrero. Todo iba bien hasta que, al inicio de la semana X, mi hija cayó enferma. No era grave, y para el viernes ya estaba recuperada, pero para entonces otros cuatro invitados de los doce previstos habían sucumbido al mismo virus. No quedó más remedio que posponer la celebración una semana.

Ese sábado, en lugar de la gran reunión planeada, terminamos comiendo en un restaurante, solo nosotros tres: mi marido, mi hija y yo. A la una de la tarde, el local estaba tranquilo, los camareros deambulaban sin prisa, y el ambiente parecía ideal para una comida relajada. Pero de repente, sin previo aviso, estalló en los altavoces Bara bara bere bere con un estruendo incompatible con la calma esperada. No solo eso: vimos a varios camareros empezar a bailar en plena sala.

Intrigados, preguntamos a nuestra camarera qué estaba ocurriendo. Con una sonrisa cómplice, nos explicó que por las noches el personal del restaurante cantaba y bailaba para los clientes, y que lo que estábamos presenciando no era más que un ensayo improvisado.

Media hora después, el espectáculo no había terminado. Entre risas y brindis, alguien empezó a cantar en un ruso chapurreado y, para nuestro asombro, mi marido reconoció al cantante: Jimmy, el tayiko de YouTube. Aquel inmigrante de unos cuarenta años que, hace un tiempo, se había hecho viral interpretando canciones de Bollywood con un entusiasmo desbordante.

Lo que debía ser un almuerzo tranquilo acabó convirtiéndose en un episodio surrealista, una celebración inesperada que, sin planificar, resultó mejor que cualquier previsión. Quizás, después de todo, la improvisación no siempre es tan mala.


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